Vecinos de Soto de Llanera denuncian el ruido constante de perros que impide el descanso
La tranquilidad que debería caracterizar a una urbanización residencial como Soto de Llanera se ha visto interrumpida por una situación que muchos residentes califican de insoportable. Los ladridos continuos de varios perros de raza pequeña, concretamente West Highland White Terrier, se han convertido en el telón de fondo diario de una comunidad que busca paz, pero que lleva meses soportando un ruido persistente que afecta a la calidad de vida.
📢 Un ruido que no cesa
Aunque pueda parecer una queja aislada, no son pocos los vecinos que se han manifestado molestos. A los residentes directamente afectados se suman también otros vecinos de la zona, quienes se han acercado personalmente a expresar su malestar por los ladridos constantes de los perros pertenecientes a las dos viviendas colindantes. Los animales se encuentran en unos chalets adosados de color amarillo, situados frente a otros chalets independientes de tono rosado, una referencia general dentro de la urbanización que permite ubicar la zona sin necesidad de mencionar calles ni números específicos, por respeto a la privacidad.
El problema radica en que los perros de ambas viviendas, situadas en parcelas contiguas, se ladran entre sí de manera constante. Uno desde su parcela y el otro desde la casa de al lado, lo que provoca un eco incesante de ladridos que se retroalimenta y puede prolongarse durante largos periodos. Los dueños suelen dejarlos fuera durante buena parte del día, y el resultado es un ruido cruzado persistente que rompe cualquier intento de calma en la zona.
Lo más preocupante es que los propietarios de los perros están presentes muchas veces mientras esto ocurre, sin mostrar intención de corregir la situación. Este comportamiento genera una sensación generalizada de impotencia e indignación, ya que el ruido se produce a cualquier hora del día: por las mañanas desde primera hora, y también por las tardes, especialmente entre las siete y las ocho, aunque a lo largo del día pueden producirse varias rachas de larga duración que impiden el descanso y la concentración.
“No es solo un día o un momento puntual. Hay mañanas en las que los ladridos comienzan a las ocho y no paran en más de una hora. Y por la tarde vuelve a pasar lo mismo. Es imposible relajarse o concentrarse”, comenta un vecino afectado.
Escucha como suena la situación diaria
Imagina esto durante horas, día tras día… y en muchos momentos con los dueños dentro de casa.
Es comprensible que un perro ladre de vez en cuando; eso entra dentro de lo normal. Pero lo que ocurre aquí va mucho más allá de unos ladridos puntuales: se trata de episodios prolongados y repetitivos que alteran el descanso, el bienestar emocional y la convivencia.
🌅 El contraste cuando hay silencio
Paradójicamente, cuando estos vecinos se marchan de vacaciones y se llevan a los perros consigo, la diferencia es tan notable que el resto de residentes lo perciben de inmediato.
“El silencio y la paz que se siente esos días es impresionante. No nos lo podemos creer. Es la prueba más clara de que todo el ruido procede de esas dos viviendas”, expresan varios vecinos.
📜 Una queja que viene de lejos
Este conflicto no es nuevo. Hace aproximadamente dos años, la comunidad de vecinos ya envió una carta colectiva a todas las viviendas, solicitando respeto y recordando la obligación de evitar molestias por ruido, especialmente las causadas por los perros.
Sin embargo, los propietarios implicados hicieron caso omiso a aquel aviso, y desde entonces la situación no solo no ha mejorado, sino que parece haberse intensificado.
Los ladridos intermitentes pero prolongados pueden parecer algo menor desde fuera, pero quienes los sufren saben que el impacto es real. El ruido constante altera el descanso, aumenta el nivel de irritabilidad y termina afectando al bienestar emocional. En una zona residencial diseñada para el sosiego, el sonido incesante de varios perros se convierte en una fuente de estrés acumulado.
🐶 Un efecto contagio entre los propios perros
No se trata de estar en contra de los animales, sino de exigir responsabilidad y empatía a los propietarios. Un perro ladra, pero su dueño debe saber cuándo intervenir. Permitir que los ladridos duren horas, especialmente cuando se está en casa, demuestra una falta de respeto hacia los demás vecinos y hacia las normas básicas de convivencia.
Además, esta situación también afecta a otros vecinos que tienen perros tranquilos, que terminan alterándose por los ladridos constantes. Muchos dueños responsables reconocen que sus propios animales, normalmente calmados, se ponen nerviosos o comienzan a ladrar en respuesta, creando un efecto contagio que multiplica el ruido y agrava el problema. En algunos momentos, llegan a ladrar dos o incluso los cuatro perros de las viviendas colindantes al mismo tiempo, haciendo imposible mantener la calma dentro de las casas.
A pesar de todo, los vecinos afectados mantienen un trato cordial y respetuoso con el resto de residentes. Por eso, les resulta aún más sorprendente y desconcertante tener que llegar a este punto: informar o pedir consideración por algo tan evidente como el respeto al descanso y la tranquilidad común. Nadie quiere conflictos, solo comprensión y empatía ante una situación que debería haberse resuelto con simple sentido común.
⚖️ Consecuencias legales y derechos vecinales
Las ordenanzas municipales de Llanera establecen que los propietarios de animales deben evitar molestias por ruido a los vecinos. Si los ladridos son reiterados y exceden los límites de tolerancia, la Policía Local o el Ayuntamiento pueden intervenir. En casos persistentes, incluso pueden imponerse sanciones si se demuestra que los ruidos se producen de manera habitual y afectan al descanso.
“Nos encantan los animales, pero tenerlos implica responsabilidad. Nadie debería soportar este tipo de ruido constante dentro de su propia casa”, expresa otro residente.
💬 Un llamado a la conciencia y la convivencia
Los vecinos esperan que este tipo de situaciones sirvan para generar conciencia colectiva. Tener una mascota no solo implica cariño, sino también educación y respeto hacia el entorno. La convivencia requiere atención y sensibilidad, especialmente en comunidades donde las viviendas están próximas.
Los afectados apelan a la empatía y al sentido común de los propietarios de los perros que generan el ruido. Piden que tomen medidas —como adiestramiento, paseos más frecuentes o control en casa— para evitar que los ladridos se prolonguen sin motivo. Al mismo tiempo, solicitan al Ayuntamiento que refuerce la vigilancia y recuerde las normas básicas de convivencia vecinal.
“Queremos vivir en paz, no en guerra con nadie. Solo pedimos respeto. Es triste tener que escribir esto, pero ya no sabemos qué más hacer”, concluye un vecino.
📅 Actualización (21 de octubre de 2025)
Los vecinos informan que los perros han vuelto a ladrar de forma incesante durante gran parte del día, generando una nueva jornada de estrés tanto para los propios animales —por la falta de atención— como para quienes viven cerca. La situación continúa sin cambios, afectando al bienestar común.
🤍 Reflexión final: la incomprensión ante la falta de empatía
Muchos vecinos no alcanzan a entender cómo es posible tanta falta de consideración. Resulta incomprensible que, estando presentes, los dueños de los perros permitan que el ruido se prolongue sin límites, sin tener la delicadeza de pensar en quienes viven alrededor. No se trata de un simple malestar sonoro, sino de una falta profunda de empatía y convivencia.
Cada ladrido repetido una y otra vez acaba desgastando algo más que la paciencia: erosiona la armonía del hogar y la sensación de bienestar que todos merecen. Vivir en comunidad exige respeto, pero sobre todo conciencia humana. Porque cuando la indiferencia se impone sobre la consideración, el ruido deja de ser solo un sonido: se convierte en un reflejo del egoísmo cotidiano.
La esperanza de la comunidad es que, con la visibilización de este problema, los responsables reaccionen y comprendan que el bienestar de todos depende del respeto mutuo. Porque vivir en una urbanización tranquila debería ser un derecho, no un lujo.